El otro día os hablé de los usos de la caca de vaca en la India, pero no es oro todo lo que reluce (especialmente cuando hablamos de boñigas). Como podéis imaginar, las mierdas pueden tener sus desventajas, según dónde se encuentren.
Estaba yo una vez en Jaipur. Después de pasar el día paseando por las calles de la ciudad, visitando el fuerte, el Palacio de los Vientos y, en definitiva, turisteando, iba ya de camino al hostal. Era de noche. Apenas había luz. Caminaba por debajo de unos soportales. Llevaba puestas mis sandalias de andar, de esas con tiras de velcro.
De repente, sentí que mi pie derecho se hundía y una masa caliente tocaba mi piel. Acababa de, no pisar, sino literalmente meter el pie en una caca de vaca tan reciente que ni se había enfriado. Qué. Asco. Me muero. Por medio de la calle y yo con un pie embadurnado de mieeeeeeeerda.
Esta es la parte mala. La parte buena es que la gente es muy maja en la India. En una esquina había un hombre lavando en agua los vasos de cristal de su puesto de té. Me había visto. El pobre ni siquiera se rio de mí. Vino con el agua y con una jarrita empezó a verterla por encima de mi pie para limpiarme un poco. No sé si he estado tan agradecida a alguien en mi vida.
Obviamente no me quedó el pie limpísimo, pero al menos podía llegar así al hostal y, allí, darle un buen lavado con un montón de agua y jabón. Ojalá pudiera volver a ver a ese chico (aunque ni de coña me acordaría de su cara; soy malísima para eso) y, no sé, invitarle a cenar o algo para darle las gracias.
Un consejo: si en vuestros países de origen ya vais mirando dónde pisáis, muy bien, pero si vais a la India, multiplicad esa atención por diez. En serio. Ya sé que el país es tan diferente que nos cuesta bajar la vista, pero, por el amor de las vacas sagradas, no os distraigáis demasiado.