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A mis diez años, sentada en la escañeta, con las piernas bajo las faldillas de la camilla, esperaba a que se enfriara la leche del desayuno. Me embaía comiendo una rosquilla de aceite de las que mi abuela había preparado el día anterior.

—Tómate la leche ya. Eres de miedo.

—Es que quema. Y tiene nata.

—Pero si la he colado.

—Le ha vuelto a salir.

Inconvenientes de que esa leche se hubiera ordeñado y cocido esa misma mañana. Mi abuela la volvió a colar. Y me la tomé, al fin.

Mi abuelo también había terminado ya de desayunar, aunque él se había comido dos huevos fritos y un poco de tocino con pan. Necesitaba la energía para la tarea que tenía por delante: recoger las patatas del huerto.

—¿Puedo ir contigo, abuelo?

—A ver si luego te cansas.

—¡No! Y, si me canso, ya sé el camino de vuelta a casa.

—Coge la rodilla y limpia el hule —interrumpió mi abuela—. Luego te vas con él.

Fuimos andando hasta el huerto. Allí, mi abuelo cogió un zacho del cabañal y nos pusimos manos a la obra.

Hacíamos buen equipo, la verdad. Él retiraba la tierra con el zacho y yo sacaba las patatas de entre los terruños y las metía en dos cubos: las grandes, en uno y las pequeñas, en el otro. A veces mi abuelo cortaba alguna patata sin querer y despotricaba como solo él sabía: cagándose en lo que hiciera falta y en las putas patatas, como si tuvieran ellas la culpa de haber nacido justo en ese trocito de tierra.

Aunque ya era septiembre, el sol calentaba y, después de un par de horas, cansada, mi abuelo me dijo que me sentara un rato a la sombra. Había una peña con una encina al lado desde la que observar cómo él terminaba el trabajo o a las hormigas que por allí se paseaban alegremente.

Unos minutos antes de las dos del mediodía ya teníamos los sacos de patatas en el carro, al cual unció los burros, Nazario y Pillaliebres, que tirarían de él. Mi abuelo me subió encima de los sacos (¡qué ilusión me hacía ir ahí arriba!) y volvimos a casa. Abuela ya tenía la comida hecha, y yo estaba muerta de hambre.

 


Este relato participa en el concurso de relatos #historiasrurales de Zenda e Iberdrola.

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