—Hija, tráeme unas naranjas cuando vengas. Y levadura, que quiero hacer un bizcocho.
—Levadura no sé si podré. Está agotada en todos lados.
—Bueno, si no, da igual. Ya celebraremos tu cumpleaños cuando haya pasado esto.
Después de colgar, Adela coge un libro y se pone a leer. Está cansada de la tele. A veces pinta en un cuaderno de colorear que le trajo su hija. «Libro de colorear para adultos» pone en la portada. Será para que no nos sintamos como niños. El equivalente al «Para hombres» de las cremas faciales.
A las siete empieza a preparar la cena. No tiene mucha hambre, pero así se entretiene. Echa de menos pasear, ir al huerto, las visitas de las vecinas… Desde que enviudó, al menos tenía esa compañía. Después de cenar ve un poco la tele, pero para las diez y media ya se ha quedado adormilada en el sillón. Se acuesta antes de las doce.
Por la mañana se despierta temprano, pero se levanta tarde. Sobre las diez. Hace frío fuera de la cama y, total, tiene todo el día por delante. Desayuna, se asea, friega la loza y limpia el suelo. También saca pan del congelador. Hoy no tiene que cocinar; le quedan lentejas de ayer en la nevera.
Después de comer ve el concurso de los sabios esos, se echa una siesta y, sobre las cinco, recibe la llamada diaria.
—¿Pudiste comprar lo que te encargué?
—Sí, hasta la levadura. El sábado, cuando ya empiece a relajarse el confinamiento, te lo llevo todo.
—Dos días faltan, ¿verdad?
—Sí, dos.
Hablan un poco más, pero tampoco hay nada nuevo que contar.
Cuelga. Lee. Pinta. Cena. Duerme. Desayuna. Se asea. Limpia. Come. Ve la tele. Recibe una llamada. Pinta. Lee. Cena. Duerme. Desayuna. Se asea. Limpia. Come. Llaman a la puerta.
—Hola, mamá —saluda su hija sin acercarse a darle un beso.
—¡Qué cargada vienes! No hacía falta que trajeras tanta compra.
—Es mejor, así reponemos lo que se te ha ido gastando estos días.
Madre e hija charlan un rato más. Como todos los días, pero esta vez en persona en lugar de por teléfono por primera vez desde hace casi un mes. Durante el confinamiento han intentado espaciar más las visitas para evitar riesgos, claro.
Antes de volver a despedirse de su madre se asegura de que todo está en orden: la ropa limpia (se las ha apañado para poner la lavadora), suficientes píldoras en el pastillero y la compra recogida.
—Te he traído también un poco de arroz con verduras que hice ayer; así ya tienes la comida para mañana. Te lo he dejado en el frigo —le explica—. Bueno, ya me voy. El próximo sábado vuelvo. Avísame de qué necesitas que te traiga. Ya he apuntado el jabón de la lavadora —añade.
—Sí, yo te aviso. Ve con cuidado. Tú que puedes salir.
Con su andador en un piso sin ascensor, salir a la calle es igual de imposible ahora que se han relajado las medidas de confinamiento que antes. Al menos ya tiene levadura y Teresa, su vecina del piso de enfrente, podrá visitarla. Jugar a la brisca las mantiene entretenidas. Hará un bizcocho con chocolate por la mañana para acompañar al café antes de la partida de cartas. Y otro el sábado, para compartirlo con su hija.
Este relato estuvo entre los 10 finalistas del concurso de relatos #NuestrosMayores de Zenda e Iberdrola.
Interesante post, así da gusto leer, fluido
y muy legible, gracias por tu aporte admin
¡Gracias! 🙂