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El río Sabarmati divide Ahmedabad en dos de norte a sur. El yin y el yang. La luz y la oscuridad. El día y la noche.

De día, me veo, con mis compañeras de piso, en el mercado de los domingos (Ravivari). Hace mucho calor. Es como un rastro que se extiende a orillas de este río. Recuerdo ver los puestos de ropa. Recuerdo ver a personas regateando. Recuerdo los utensilios de cocina de metal. Recuerdo comer piña cortada por un hombre cuyas manos no estaban demasiado limpias. Recuerdo ver cabras. Recuerdo el gentío. Y recuerdo el sol reflejado en la superficie del agua.

De noche, me veo de nuevo con mis compañeras de piso. Esta vez nos acompañan dos amigos indios. Uno es de Ahmedabad; el otro, no. Como no había plan mejor, nos hemos acercado hasta uno de los puentes que cruzan este, en aquel momento, caudaloso río, para disfrutar del aire fresco y del sonido del agua. Nos cubrimos con nuestros pañuelos, cerramos nuestras cazadoras y nos abrazamos para no tener frío. No hay nadie a nuestro alrededor. Y nos hacemos fotos.

El Sabarmati ya no es el mismo. Un río nunca lo es. Y los que hemos vivido a sus orillas hemos cambiado tanto como él.

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