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Mangos, piña, plátanos grandes y pequeños, amarillos y rojos; lichis, coco, papaya… Todo el mundo conoce estas frutas, muy comunes en India y tan exóticas para nosotros, pero hay mucho más.

En una frutería, al lado de las bandejitas con dátiles, me encontré un envase que contenía algo amarillo. Le pregunté al dependiente qué era aquello y, aunque me miró sorprendido, en seguida me lo explicó:

—Se llama jackfruit.

—¿Y se come tal cual? ¿O hay que cocinarlo?

—No, no, esto se come así.

Obviamente no me pude resistir y me llevé la bandejita. Cuando llegué a casa le mostré mi adquisición a mi compañera de piso.

—Esa fruta huele fatal.

Tenía razón en que tiene un olor muy fuerte, pero fatal… bueno, para mucha gente sí, es insoportable. A mí no me molestaba y el sabor me encantaba. Me gustaba comerla cuando aún no estaba muy madura y crujía. La yaca, pues así se la conoce en español, es una fruta enorme, que puede pasar de los 70 cm de longitud e incluso alcanzar los 50 kilos. Cuando se abre, dentro encontramos un montón de trozos de fruta independientes y cada uno de ellos tiene una semilla dentro.

Dejé la fruta en la bandeja y cubierta con plástico, la metí en un táper y, después, en una bolsa. A mi compañera de piso le daba miedo que toda la nevera oliera a yaca, y con razón.

Unos meses más tarde me mudé a una nueva casa y dejé atrás a mi compañera de piso y la fantástica frutería que tenía de todo (hasta puerros, que cuesta encontrarlos en India). Y entonces vi una yaca entera en la tienda del barrio. Era muy pequeñita, pesaría unos dos o tres kilos. No me pude resistir: la compré. Tan feliz yo, me la llevé a casa y le clavé un cuchillo de los que tenía, que eran demasiado pequeños y no muy buenos, pero me las apañaría. Después de diez minutos adelante y atrás con el cuchillo, con un esfuerzo sobrehumano, al fin se partió en dos. ¡Y dentro no había nada! Bueno, habría algo, pero yo no sabía qué se comía y eso no era como la fruta amarilla que había comprado ya separada de esa gruesa piel que yo no veía dónde terminaba. Es que esta yaca no estaba madura y había que cocinarla, ya que también se hacen platos salados con ella y parece pollo. Pues nada, la yaca acabó en la basura, pero no creáis que solo perdí la fruta. Encima el cuchillo que había utilizado estaba lleno de una especie de goma pegajosa que no se quitaba ni frotando. Un desastre.

Nunca más compré una yaca entera (¿para qué?), pero siempre que veía a vendedores en la calle me hacía con una bolsita. Es mi fruta favorita de la India.

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