Mañana es Diwali. Mañana es uno de los festivales más importantes de la India. Es, salvando las distancias, como nuestra Navidad. Las familias se reúnen, comen dulces, se hacen regalitos, decoran la casa y encienden velas para que entre la luz. Pero hoy no voy a hablaros de lo bueno de Diwali, sino de lo malo.
Si miráis hoy las noticias en India, veréis que uno de los temas principales es la contaminación del aire. Mientras escribo esas palabras, respirar en Nueva Delhi es literalmente venenoso. ¿A qué se debe? Pues a que miles de agricultores de estados cercanos están quemando los rastrojos de los cultivos de arroz que ya se han cosechado para preparar la tierra y poder, en unas semanas, plantar trigo. El viento se lleva el humo y se concentra en Delhi, cuyo clima y situación geográfica no ayudan a que este smog se disperse. A esto hay que añadir, por supuesto, la contaminación del transporte y de la industria.
Esta gigantesca bola de contaminación que se eleva sobre la ciudad tiene, evidentemente, efectos muy negativos sobre la salud de la población. Los casos de asma, alergias y otros problemas respiratorios aumentan (en 2016, por ejemplo, las muertes por este tipo de enfermedades aumentaron un 40 % en Delhi) y afectan a los niños, a los jóvenes, a los adultos y, sobre todo, a los más mayores.
Y os estaréis preguntando qué tiene esto que ver con Diwali. Pues es que os estaba poniendo en antecedentes, porque en estos días la situación solo va a empeorar. ¿Por qué? Porque, en Diwali, una de las cosas que hacen las familias junto con sus seres queridos es tirar petardos y fuegos artificiales, quemar tracas, cohetes o bengalas. Y eso, cuando hablamos de millones de personas (25 solo en Nueva Delhi, 1.300 en todo el país), es mucho humo.
¿Qué podría hacer el país para mejorar la situación? Por ejemplo, el gobierno podría reducir el tráfico privado dentro de la ciudad. Además, debería incentivar que, en lugar de quemar los rastrojos, los agricultores se deshicieran de ellos de otros modos (por ejemplo, para crear biocombustible), pero los grupos de presión de los agricultores amenazan con pérdidas de votos en las próximas elecciones. Y ya sabemos cómo funciona la política.
¿Y en cuanto a los petardos? Pues ahí el grupo de presión es aún mayor, ya que hablamos de un asunto que se enmarca dentro de la religión: algunos hindúes poderosos y muy conservadores (cuya religión representa el 80 % de la población de la India) lo ven como un ataque a sus creencias por parte de otras religiones. Diwali es un festival hindú, y ellos llevan años celebrándolo con fuegos artificiales, y ¿por qué tienen que prohibirles eso a ellos? Es su derecho y nadie se lo va a quitar, sin importar a cuánta gente ese derecho se lleve por delante. Por otro lado están los de: «Bueno, por un petardo más no pasa nada». El problema es que esos son muchos. Y aquí tengo que entonar el mea culpa, ya que una inmigrante como yo también ha querido vivir Diwali en India de la forma tradicional un par de veces.
Diwali es un festival muy bonito, pero no podemos olvidar la otra cara de la moneda. La India es, siempre, un país de inmensos contrastes. Por un lado, está precioso en esta época; por el otro, puede ser malísimo para la salud.