Si hablas un idioma extranjero, es posible que mi historia de hoy te resulte familiar. Y, si no, entenderás algunas de las dificultades por las que tenemos que pasar al emigrar a países en los que no se habla nuestra lengua materna.
Los que hayáis leído Lo que la India me enseñó o algunas de mis entradas, o simplemente me conozcáis, sabréis que he vivido en bastantes países. En estos he ido aprendiendo a fuerza de superar obstáculos. Por ejemplo, cuando llegué a Irlanda, mi inglés oral no era aún muy bueno. A eso hay que añadirle el acento irlandés, que no es el que se escucha en los listenings que te ponen en el instituto o en las academias de idiomas, por supuesto. Para haceros una idea de cómo suena, os recomiendo la serie «Derry girls», por cierto. Bueno, a lo que iba, que yo llego a Irlanda con mis 21 añitos, y me cuesta entender a la gente, y entonces conozco a mi casero y resulta que es tartamudo. Tartamudo. Ni yo ni mis compañeras de piso (que hablaban bastante mejor que yo, todo sea dicho) entendíamos la mitad de lo que nos decía.
Esto no es un caso aislado, por supuesto. En Inglaterra pasé por un período de adaptación al inglés de allí. En Francia parecía que me defendía hasta que conocí a un chico que venía de la banlieue de París. En Alemania ni os cuento (mi alemán es muy muy limitado).
Así que cuando llegué a la India, ya sabía un poco a lo que me iba a enfrentar. O eso creía yo. En el libro ya os cuento alguna anécdota de cómo me costaba entender a algunas personas, incluso aunque tuvieran un acento, digamos, no muy fuerte. Al principio no podía hablar con la gente de allí por teléfono. Además, hay que acostumbrarse a cosillas como que las palabras que empiezan por la letra ‘w’ en inglés no las pronuncien como una semivocal parecida a nuestra ‘u’, sino como una ‘v’ fricativa.
Poco a poco me fui acostumbrando y a las pocas semanas se me había hecho el oído bastante. Hasta que un día vino el casero por el piso para ver qué tal había ido la instalación del aire acondicionado. ¿Os acordáis de mi casero tartamudo de Irlanda? Pues aquí fuimos un paso más allá. Además de tener un acento indio bastante fuerte del norte del país, a este buen hombre probablemente le hubieran extirpado al menos parte de las cuerdas vocales, por lo que le costaba mucho trabajo hablar. Menos mal, de verdad, que aunque fuera difícil entenderle, para cuando le conocí ya me apañaba bastante bien. Lo último que quería era hacerle sentir mal por algo que era culpa mía.
Como os decía, estos obstáculos en verdad son ejercicios que nos ayudan a aprender y a mejorar. Lo bueno es que a día de hoy puedo entender a un indio hablando en inglés por muy cerrado que sea su acento. Lo malo… lo malo fueron los ratos que pasé sufriendo por no comprender, pero de eso ¿quién se acuerda años después?